Consolidar entornos protectores para los niños, niñas y adolescentes: una condición para el desarrollo humano y social.
Como individuos, familias, comunidades y sociedades estamos llamados a favorecer y a garantizar entornos protectores para los niños y las niñas, haciendo que cada lugar que ellos habitan, como la casa, el colegio, los parques y, en general, los espacios públicos, les provea los elementos necesarios para vivir bien, para vivir felices. Los procesos formativos y las acciones de prevención a través de diversas estrategias pedagógicas, aportan inmensamente a esta tarea y están al alcance de todos.
Mucho se escucha hablar de “entornos protectores”, por lo que es importante comprender lo que ello significa y qué es necesario tener en cuenta para favorecerlos o fortalecerlos. Se debe comenzar diciendo que un entorno es el espacio físico, social y cultural que habitamos y en el cual nos desarrollamos; la calidad de ese desarrollo dependerá del tipo de interacciones que tengamos con dicho contexto.
En relación con los niños, niñas y adolescentes, se puede decir que un entorno protector es un espacio que ofrece unas condiciones adecuadas para que ellos y ellas logren aprehender las herramientas necesarias para construir y disfrutar la vida. Unicef (2000)[1], menciona que “un ambiente protector es un espacio seguro de participación, expresión y desarrollo”; desde la perspectiva del desarrollo humano, el concepto lleva a pensar que un entorno protector debe ofrecer el soporte necesario para que los niños y niñas puedan reconocer el valor propio como seres individuales, dignos y con capacidad para vincularse afectivamente.
Desde la gestación, los niños y niñas reciben diversos mensajes que son la base para la construcción de los primeros vínculos; en la medida en que las interacciones y los contactos humanos proveen seguridad y en que los ambientes facilitan el conocimiento reflexivo de sí mismos, se va dotando a los niños y niñas de competencias afectivas que originan relaciones más sanas consigo mismos y con los demás.
Pero en un país como el nuestro también es necesario dejar explícito que un entorno protector es el que está libre de violencia y en el que existe respeto por los derechos; estos aspectos son fundamentales para comprender a cabalidad las implicaciones de favorecer este tipo de espacios.
[1] UNICEF (2000). Estado de los Derechos de la Niñez y la Adolescencia en Costa Rica. Costa Rica: UNICEF.
Conductas o prácticas opuestas, como el castigo físico, el abuso o la negligencia, entre otras, generan en los seres humanos falta de autoreconocimiento como sujetos con dignidad y dificultades en su capacidad de relacionamiento, lo que a su vez hace que ellos, luego, desconozcan los derechos de los otros. Un niño o niña que ha sido vulnerado por alguna de estas prácticas necesita también un ambiente seguro para su recuperación y para continuar su proceso de desarrollo pleno.
Las condiciones físicas de un entorno protector involucran no solo la localización y accesibilidad de los espacios, sino todos aquellos aspectos de bioseguridad y satisfacción de necesidades básicas; dentro de las condiciones emocionales y sociales, se cuentan todas aquellas actitudes, expresiones y prácticas de buen trato que favorecen el reconocimiento, la garantía de derechos y el desarrollo de potencialidades necesarias para vivir y sobrevivir.
En ese sentido, favorecer y fortalecer los ambientes protectores es tarea de todos los que integramos los espacios en los que se mueven los niños, niñas y adolescentes y somos responsables de su protección y cuidado. Es por ello que llegar a los padres de familia jóvenes, adultos, futuros padres y madres, docentes, funcionarios y adultos cuidadores, a través de la formación, es una de las formas de abordaje más válidas para generar procesos de conciencia individual, familiar y comunitaria.
La experiencia en la formación indica que, además de la trasmisión de conocimiento acerca de las condiciones físicas, emocionales y sociales para crear un entorno protector, es necesario lograr que las personas comprendan afectivamente la necesidad de asumir roles y acciones de responsabilidad con los niños y niñas; en este proceso, los equipos profesionales comprometidos, capaces de generar empatía con las poblaciones, son claves para lograr actitudes de apertura y comprensión de los niños y niñas como sujetos de derechos e interiorizar las herramientas para hacer de ellos y ellas, seres plenos y libres para sentir, pensar y actuar.
Otra de las estrategias pedagógicas de gran resonancia al trabajar sobre entornos protectores ha sido el arte. El uso del teatro, los títeres o la pintura, facilita expresar vivencias personales y aprehender conceptos de una manera más atractiva y que involucra la dimensión emocional de cada persona que lo observa o que lo crea. Las expresiones artísticas abren mayores posibilidades de comprender el mundo y de conocerse, por lo cual, en la intervención con niños, niñas y adolescentes, resulta un instrumento eficaz que sensibiliza, ayuda en la construcción del yo y en muchas ocasiones abre la puerta a la identificación de situaciones de vulneración que pueden ser abordadas por los equipos destinados a tal misión.
Así pues, proveer a las poblaciones de elementos protectores permite examinar las relaciones, crisis, potencialidades y oportunidades, de manera que cada persona pueda constituirse en un referente de cuidado por el otro, que le mire de manera respetuosa y que camine hacia el perfeccionamiento de su ser social; esto sin olvidar que los niños y niñas son protagonistas y su participación en cada proceso es fundamental, pues orientan con su conocimiento y emocionalidad las acciones que potenciarán su ser crítico, haciendo que su voz sea escuchada, pero también respondida.
Escrito por: Sandra Milena Orozco Escobar.